miércoles, 2 de octubre de 2013



REFORZAR VALORES COMO PARTE DEL CURÍCULO DESDE LA ENSEÑANZA PRIMARIA 

 Nuestra sociedad , hoy día, y más que nunca, atraviesa por un sinnúmero de situaciones difíciles de enfrentar. El aumento en la criminalidad, el embarazo en las adolescentes, la deserción escolar, el aborto provocado, el abuso de drogas, el abuso infantil y la violencia doméstica son solo algunos de éstos. Si accedemos a la prensa escrita, vía internet o a noticieros radiales escuchamos, vemos y nos exponemos a un bombardeo de situaciones, que realmente, causan desasosiego y sentido de desesperanza y frustración a muchos de nosotros. Lo más triste es ver que nuestra vida se nos derrumba justo a nuestro frente y pensamos que nada podemos hacer.

Duele ver cómo nuestros jóvenes están desapareciendo, mueren cada día víctimas de la criminalidad.  El abuso infantil arranca lágrimas de dolor y cada vez ocurre con mayor frecuencia. El respeto por la vida se ha ido perdiendo, antes nos aterraba escuchar hablar de un crimen, hoy nos parece algo  cotidiano, tan “normal” como ver televisión o simplemente caminar. Ya no podemos hacernos cargo de nuestros viejitos, los que en su momento hicieron tanto por nosotros. Es más fácil encargarle su cuidado a otros, llevándolos a un centro y olvidándonos al menos de visitarlos. La tolerancia ya es cosa del pasado. El respeto y la dignidad humana son cosas raras, muchas veces oímos hablar de ellas y preguntamos; ¿ de qué habla esta persona?, perdón no entiendo. No conocemos a nuestros vecinos. Hemos perdido la capacidad del diálogo, el privilegio de escuchar.

Eso nos lleva a pensar y repensar; ¿ en qué estamos fallando? ¿Es que estamos haciendo lo incorrecto? Pienso que la sensibilidad , el sentido de empatía y solidaridad, el respeto por la vida, la caridad, la esperanza, el orgullo patrio, el sentido de pertenencia, la responsabilidad, la honradez, la sinceridad, la humildad son valores que están latentes en nuestra esencia humana; pero en la mayoría de los hogares están dormidos, o guardados en un cajón de recuerdos. Nos ha preocupado más el tener que el ser. No nos hemos dado cuenta de que la vida se ha pasado rápido como un tren a alta velocidad cargado de vagones llenos de experiencias y vivencias lindas, que bien hubiera valido la pena vivir y disfrutar. Muchos dirán “se me pasó la vida…y no me di cuenta”. Triste realidad.

Peor aún es no darnos cuenta de que ese desapego por la vida misma se lo hemos transmitido a nuestros hijos, la llamada “esperanza del mañana”, y oiga, ¡ qué esperanza!  Nuestros hijos han visto que es más importante aparentar ser quienes no somos en realidad, competir con el vecino o con los conocidos por el auto más llamativo, la ropa más costosa y a la moda, el celular con mayor variedad de aplicaciones, en fin, puras cosas materiales. Decimos que comemos juntos, cuando realmente nos sentamos a la misma mesa, pero ni siquiera hablamos; o más bien sí hablamos, por el celular mientras comemos. Los audífonos ya no nos dejan escuchar al prójimo. Dicho sea de paso, cada vez los fabrican más grandes. Nuestros hijos han aprendido a no tener visión y metas en la vida, a ceder ante lo fácil y no luchar sus batallas por el sentido de bienestar que ganar una batalla causa. El “yo” ha triunfado sobre el nosotros, ¡ felicidades yo!  No hemos enseñado a nuestros hijos el valor de una verdadera amistad, de una conversación amena, de una sencilla sonrisa o de una palabra de aliento. Hemos forjado seres dominantes, con poco estímulo por la lucha del día a día, que se dejan vencer fácilmente por una triste o desafortunada experiencia. Es por eso que no podemos pedir lo que no se ha dado.

Los valores, eso es lo que se ha perdido en el camino, o más bien, lo que se ha quedado olvidado o postergado. Créame amigo que los valores no se enseñan, se refuerzan. Están ahí, son parte de nuestra esencia, solo falta descubrirlos y maravillarnos de su contenido. Todos tenemos la capacidad de amar, de sonreir, de dar. Solo pasa que se nos ha olvidado transmitirlo a nuestros hijos, nuestros sucesores. A la misma vez ellos se olvidarán de transmitirlo a los suyos.  Por eso es que crear conciencia sobre esto nos toca. Solo así podremos rescatar a nuestros hijos de una sociedad que no tiene mucho que ofrecerle a ellos, que no sea el tener y el tener. Todo comienza en una institución llamada “familia”, donde el amor y el respeto deberán forjar las bases de quienes allí viven y comparten.

En la escuela se refuerzan ,para eso tenemos un currículo que está llamado a responder a esa necesidad de ayuda, a ese grito de auxilio. El curso de salud se presta para este fin con “los valores cuentan”, “paternidad responsable” entre otros ofrecimientos. Los programas de Consejería y Orientación, y Trabajo Social hacen su parte en este esfuerzo. La escuela cuenta con excelentes recursos, pero créame, esta labor nos pertenece a todos, no solamente a la escuela. El niño nace y proviene de un hogar, que deberá ser su primera escuela. No es la escuela la responsable de esto.

El día que creemos sentido de pertenencia sobre este problema, gran parte se resolverá. El día que nos detengamos a analizarlo, en vez de pasar por su lado y mirar hacia el lado contrario habremos comenzado la lucha. El día que dejemos de ser espectadores de un espectáculo tétrico y oscuro, y nos convirtamos en parte del elenco estaremos contribuyendo a la solución del problema. No dejemos todo el esfuerzo a la escuela, seamos más proactivos en la educación de nuestros hijos. Al fin y al cabo todos saldremos beneficiados…

Sarah de Jesús Serrano

2 de octubre de 2013

 

lunes, 16 de septiembre de 2013

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Desde el faro -- reflexion

                      
El atardecer transcurría apaciblemente y sin nubes, limpio y claro, preludiando a la puesta del sol que se anunciaba con un acentuado color naranja, tras un intenso día de final de verano.
Desde el faro, la escena del momento mágico prometía ser espectacular. A lo lejos se divisaba el océano, el cielo y la gran estrella “hundiéndose en el agua”.
Martín tenía por aquél entonces 16 años, que montando en su bici, llegaba tarde al momento culminante del día. Pedaleaba fuertemente para llegar antes si pretendía ver el sol en sus últimos segundos.
Nada más llegar, dejó la bici tirada en el suelo, abrió la puerta de entrada al faro sin ninguna dificultad.

Le quedaban más de cuatrocientos escalones y debía subirlos por el interior de la torre, lo cual le impedía la visión y ese mismo día no quería perderse ese preciado momento por nada en el mundo. Sujetó con fuerza la mochila que tenía en la espalda, suspiró hondamente y recordó la promesa como si lo estuviera escuchando es ese instante.
“Lo haré”, se dijo firmemente, y empezó a subir de par en par las escaleras. Se encontró con una puerta al exterior que desconocía y sin dudarlo, la abrió, pero la pared del faro le impedía ver totalmente el ocaso. Faltaban unos minutos, dos escasos minutos, calculó. Continuó subiendo sin mirar al fondo, pues sentía vértigo a cualquier altura. Ya quedaba menos.
Se detuvo nuevamente para observar el último tramo para alcanzar el final. Volvió a acelerar la subida. El sudor le resbalaba sin cesar por su frente y la mochila le saltaba de un lado a otro por su espalda. Se estaba quedando sin aliento. Finalmente, logró llegar a lo más alto del faro, salió al balcón, con los ojos directos al horizonte. Se alegraba por su hazaña, le sobraban tan sólo unos segundos y se alegró más por ello.
Agarró su mochila, metió la mano y extrajo un bote de cerámica, era la urna de Enrique, el viejo farero, el último farero. Enrique no tenía a nadie más en su vida que la misma soledad del faro y había muerto allí mismo. Ahí mismo se encontraba Martín, asomado al balcón con un gran vacío que terminaba con la incansable batalla de las olas contra las rocas del acantilado.
Miró hacia abajo con respeto y rápidamente alzó la vista a tan esperado instante. La hora mágica había llegado. Todo ocurrió tal y como había predicho el viejo Enrique, ante la inmensidad del océano que se fundía con el cielo, una belleza magistral y un silencio como jamás había presenciado antes en su vida.
Entonces, abrió la urna y recordando palabra por palabra la petición de Enrique. Estiró los brazos y dejó resbalar hasta caer aquel recipiente de cerámica que contenía las cenizas de su difunto amigo. Las cenizas se dispersaron y observó la caída de la urna hasta perderse en el agua.
 
Se me ocurrió durante una de mis tantas noches de insomnio
Mensaje editado por white_angel_sj
...descubre el verdadero propósito de tu vida.
 
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